Jesús Rosales Valladares- Enfoque a la Familia
Politólogo
Las parejas
cuando se casan aspiran a que sus proyectos de vida trasciendan, sean
permanentes, logren superar las dificultades naturales que aparecen con
el transcurrir de los años, y llegar al final juntos, habiendo
construido una familia, creado hijos y apoyándose uno al otro en sus
sueños y logros. Ese es, al menos, el propósito con el que la mayoría
de las parejas deciden contraer matrimonio.
Pero la realidad en muchos de los países de la región plantea otro panorama. En la actualidad, las parejas se están casando menos y una parte importante de quienes inician su vida matrimonial, experimentan en pocos años separaciones y divorcios. Esta situación desestimula a muchas parejas, las hace pensar si vale la pena o no casarse. Pero aún así, muchas continúan mirando al matrimonio con ilusión y esperanza. Y logran tener éxito.
Hay otro porcentaje de parejas que no logran mantener sus matrimonios de manera saludable y funcional, experimentan distanciamientos, conflictos, vacíos emocionales y, al final del proceso, padecen la ruptura de sus vínculos.
Los divorcios suceden en muchos hogares, y la afectación que producen en los cónyuges y en los hijos es de las más devastadoras que se pueden experimentar. Salvo en algunas circunstancias específicas en donde el divorcio puede representar un mal necesario, una resolución inevitable para dejar atrás situaciones de maltrato, agresión y daño a los miembros del hogar, el divorcio es el último de los recursos al que se debe optar, luego de haber recibido todos los apoyos y asesorías profesionales posibles para intentar la superación integral y permanente de los conflictos y del stress conyugal.
Lo que representa el divorcio
Las personas que enfrentan un proceso de divorcio coinciden en que es una de las experiencias más difíciles por las que pueden transitar una familia. Significa la terminación de un sueño, de un anhelo, de un proyecto de vida. Afecta a la pareja, pero sus mayores repercusiones las padecen de manera particular los hijos del matrimonio. En ellos, las consecuencias emocionales son de gran impacto.
La pareja, en la mayoría de los casos, se somete a un proceso muy desgastante, de mucho dolor, de elevada incertidumbre, por lo que es necesario enfrentarlo con esperanza y deseos de renovación y optimismo.
Aceptar la realidad y empezar a adaptarse a los cambios
En un proceso de divorcio al igual que sucede cuando se experimentan otras situaciones de duelo, las personas viven primero una negación de la situación. Creen que esa ruptura no les está sucediendo a ellos en la realidad. Este impacto y negación debe dejarse atrás lo más pronto posible y aceptar que el divorcio es una realidad que se está viviendo y que debe enfrentarse con decisión y valentía.
Entre más rápido se asuma esta realidad, más pronto también se podrá iniciar los ajustes en sus nuevas vidas personales y familiares. Se trata de adaptarse a las nuevas circunstancias que plantea el divorcio en todos los aspectos (legales, materiales, financieros, emocionales y espirituales) y aprender a convivir con la nueva realidad.
Cambio, renovación y nueva perspectiva
Hay divorcios que enfrentan a la pareja y familia a procesos muy dolorosos y desgastantes. Los especialistas señalan, que en general, si los conflictos en el matrimonio fueron frecuentes y complejos, si la comunicación en el matrimonio fue difícil y escasa, si las disputas y enfrentamientos por bienes materiales era un punto habitual de discusión y discordia, lo más probable es que el proceso de divorcio tendería a ser muy complejo, confrontativo y desgastante.
Si por el contrario, las parejas llegaron a la ruptura por un mutuo consentimiento y luego de haber intentado sin éxito resolver los problemas que los enfrentaron, el proceso de divorcio podría transcurrir por un camino menos complicado para todos los miembros de la familia.
Aún así, los cambios y ajustes que se tendrán que realizar luego del divorcio van a requerir de una actitud positiva y llena de esperanza. Esta actitud significa soltar el pasado, sobre todo no aferrarse a lo que pudo ser y ya no es, porque el que se queda en el pasado, en el dolor de los conflictos y las diferencias que se vivieron, no podrá renovar su perspectiva y caminar con soltura hacia un mejor porvenir. Quedará estancado, paralizado en el ayer, en la frustración y en el desánimo.
El decidir soltar el pasado, aprender de la experiencia, aceptar los fallos y errores cometidos, perdonar y perdonarse por lo ocurrido, hará que la carga del “equipaje” sea más liviana y que permita iniciar el nuevo recorrido con más agilidad y motivación. Hay que sanar las heridas que quedan de un divorcio. Una adecuada actitud que permita no albergar resentimientos y rencores, es el primer paso para una renovación del espíritu y del alma. La ayuda profesional es muchas veces necesaria para lograr salir adelante, por lo que conviene no resistirse a ella y buscarla con prontitud.
Un nuevo comienzo
Es recomendable finiquitar lo más pronto posible todos los aspectos relacionados con el ámbito legal del divorcio. No tiene sentido prolongar o postergar una situación de incertidumbre jurídica, que, en lugar de causar beneficios creyendo que de esa manera se mantiene algún tipo de vinculación con la pareja, genera en realidad un mayor grado de tensión y stress a todo el entorno familiar y especialmente a los hijos.
Entre más rápido y con mejor disposición se pueda iniciar los cambios y ajustes que demanda la nueva realidad, mejor será la nueva etapa para todos los miembros de la familia. Hay que concentrarse en sí mismo, en realizar las modificaciones de la rutina, costumbres, entornos y demás aspectos que limitan o impidan salir adelante. Hay que dedicarse fundamentalmente a los hijos, quienes posiblemente en la mayoría de los casos, van a querer que ambos padres se comuniquen de manera positiva en torno a sus necesidades y requerimientos.
De igual forma, es recomendable que la persona que está saliendo de un proceso de divorcio considere primero sanar sus heridas y afectaciones emocionales. Poner en orden sus necesidades y prioridades, procurar no involucrarse muy pronto en otra relación sentimental, sin antes haber “cerrado” los asuntos pendientes afectivos y emocionales. Hay que evitar que súbitas ilusiones y emociones transitorias y engañosas puedan más bien causar más afectación por el vacío emocional que se padece. Se puede, incluso, considerar el pasar un buen tiempo sin involucrarse con una nueva pareja, no solo para no causarle a los hijos un muy rápido cambio en este aspecto, sino, ante todo, para no causarse a sí mismo daño por apresurar innecesariamente un nuevo involucramiento sentimental.
Colocando al ex cónyuge en el lugar que corresponde se debe asumir la responsabilidad sobre sus hijos y sobre el futuro de sí mismo. Desprenderse del pasado, realizar los cambios y ajustes indispensables, y concentrarse en la construcción del propio futuro, son los pasos más relevantes para continuar creciendo y salir adelante, a pesar del divorcio.
Hay quienes persisten quedarse detenidos en el dolor del divorcio, pero asumir esta posición solo trae consigo soledad y amargura. Siempre hay esperanza y vida futura para quienes deciden ir en procura de su felicidad y la de sus hijos. Siempre se puede seguir avanzando hacia adelante y reconstruir su vida familiar.
Pero la realidad en muchos de los países de la región plantea otro panorama. En la actualidad, las parejas se están casando menos y una parte importante de quienes inician su vida matrimonial, experimentan en pocos años separaciones y divorcios. Esta situación desestimula a muchas parejas, las hace pensar si vale la pena o no casarse. Pero aún así, muchas continúan mirando al matrimonio con ilusión y esperanza. Y logran tener éxito.
Hay otro porcentaje de parejas que no logran mantener sus matrimonios de manera saludable y funcional, experimentan distanciamientos, conflictos, vacíos emocionales y, al final del proceso, padecen la ruptura de sus vínculos.
Los divorcios suceden en muchos hogares, y la afectación que producen en los cónyuges y en los hijos es de las más devastadoras que se pueden experimentar. Salvo en algunas circunstancias específicas en donde el divorcio puede representar un mal necesario, una resolución inevitable para dejar atrás situaciones de maltrato, agresión y daño a los miembros del hogar, el divorcio es el último de los recursos al que se debe optar, luego de haber recibido todos los apoyos y asesorías profesionales posibles para intentar la superación integral y permanente de los conflictos y del stress conyugal.
Lo que representa el divorcio
Las personas que enfrentan un proceso de divorcio coinciden en que es una de las experiencias más difíciles por las que pueden transitar una familia. Significa la terminación de un sueño, de un anhelo, de un proyecto de vida. Afecta a la pareja, pero sus mayores repercusiones las padecen de manera particular los hijos del matrimonio. En ellos, las consecuencias emocionales son de gran impacto.
La pareja, en la mayoría de los casos, se somete a un proceso muy desgastante, de mucho dolor, de elevada incertidumbre, por lo que es necesario enfrentarlo con esperanza y deseos de renovación y optimismo.
Aceptar la realidad y empezar a adaptarse a los cambios
En un proceso de divorcio al igual que sucede cuando se experimentan otras situaciones de duelo, las personas viven primero una negación de la situación. Creen que esa ruptura no les está sucediendo a ellos en la realidad. Este impacto y negación debe dejarse atrás lo más pronto posible y aceptar que el divorcio es una realidad que se está viviendo y que debe enfrentarse con decisión y valentía.
Entre más rápido se asuma esta realidad, más pronto también se podrá iniciar los ajustes en sus nuevas vidas personales y familiares. Se trata de adaptarse a las nuevas circunstancias que plantea el divorcio en todos los aspectos (legales, materiales, financieros, emocionales y espirituales) y aprender a convivir con la nueva realidad.
Cambio, renovación y nueva perspectiva
Hay divorcios que enfrentan a la pareja y familia a procesos muy dolorosos y desgastantes. Los especialistas señalan, que en general, si los conflictos en el matrimonio fueron frecuentes y complejos, si la comunicación en el matrimonio fue difícil y escasa, si las disputas y enfrentamientos por bienes materiales era un punto habitual de discusión y discordia, lo más probable es que el proceso de divorcio tendería a ser muy complejo, confrontativo y desgastante.
Si por el contrario, las parejas llegaron a la ruptura por un mutuo consentimiento y luego de haber intentado sin éxito resolver los problemas que los enfrentaron, el proceso de divorcio podría transcurrir por un camino menos complicado para todos los miembros de la familia.
Aún así, los cambios y ajustes que se tendrán que realizar luego del divorcio van a requerir de una actitud positiva y llena de esperanza. Esta actitud significa soltar el pasado, sobre todo no aferrarse a lo que pudo ser y ya no es, porque el que se queda en el pasado, en el dolor de los conflictos y las diferencias que se vivieron, no podrá renovar su perspectiva y caminar con soltura hacia un mejor porvenir. Quedará estancado, paralizado en el ayer, en la frustración y en el desánimo.
El decidir soltar el pasado, aprender de la experiencia, aceptar los fallos y errores cometidos, perdonar y perdonarse por lo ocurrido, hará que la carga del “equipaje” sea más liviana y que permita iniciar el nuevo recorrido con más agilidad y motivación. Hay que sanar las heridas que quedan de un divorcio. Una adecuada actitud que permita no albergar resentimientos y rencores, es el primer paso para una renovación del espíritu y del alma. La ayuda profesional es muchas veces necesaria para lograr salir adelante, por lo que conviene no resistirse a ella y buscarla con prontitud.
Un nuevo comienzo
Es recomendable finiquitar lo más pronto posible todos los aspectos relacionados con el ámbito legal del divorcio. No tiene sentido prolongar o postergar una situación de incertidumbre jurídica, que, en lugar de causar beneficios creyendo que de esa manera se mantiene algún tipo de vinculación con la pareja, genera en realidad un mayor grado de tensión y stress a todo el entorno familiar y especialmente a los hijos.
Entre más rápido y con mejor disposición se pueda iniciar los cambios y ajustes que demanda la nueva realidad, mejor será la nueva etapa para todos los miembros de la familia. Hay que concentrarse en sí mismo, en realizar las modificaciones de la rutina, costumbres, entornos y demás aspectos que limitan o impidan salir adelante. Hay que dedicarse fundamentalmente a los hijos, quienes posiblemente en la mayoría de los casos, van a querer que ambos padres se comuniquen de manera positiva en torno a sus necesidades y requerimientos.
De igual forma, es recomendable que la persona que está saliendo de un proceso de divorcio considere primero sanar sus heridas y afectaciones emocionales. Poner en orden sus necesidades y prioridades, procurar no involucrarse muy pronto en otra relación sentimental, sin antes haber “cerrado” los asuntos pendientes afectivos y emocionales. Hay que evitar que súbitas ilusiones y emociones transitorias y engañosas puedan más bien causar más afectación por el vacío emocional que se padece. Se puede, incluso, considerar el pasar un buen tiempo sin involucrarse con una nueva pareja, no solo para no causarle a los hijos un muy rápido cambio en este aspecto, sino, ante todo, para no causarse a sí mismo daño por apresurar innecesariamente un nuevo involucramiento sentimental.
Colocando al ex cónyuge en el lugar que corresponde se debe asumir la responsabilidad sobre sus hijos y sobre el futuro de sí mismo. Desprenderse del pasado, realizar los cambios y ajustes indispensables, y concentrarse en la construcción del propio futuro, son los pasos más relevantes para continuar creciendo y salir adelante, a pesar del divorcio.
Hay quienes persisten quedarse detenidos en el dolor del divorcio, pero asumir esta posición solo trae consigo soledad y amargura. Siempre hay esperanza y vida futura para quienes deciden ir en procura de su felicidad y la de sus hijos. Siempre se puede seguir avanzando hacia adelante y reconstruir su vida familiar.
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