Polvo de carbón,
vaselina, aceite de semillas de algodón y de azafrán fue la mezcla con
la que Mabel Williams quiso enmarcar su mirada para atraer al hombre que
amaba en 1915. Lo puso en una cajita metálica y se lo aplicó con un
cepillo de dientes en sus cejas y pestañas, así apareció una de las
primeras pestañinas.
Su hermano vería en esto una gran oportunidad de negocio y así nacería la marca Maybelline.
Sin embargo, a finales del siglo XIX, un
perfumero francés, Eugène Rimmel, ya comercializaba una mezcla similar a
la de Williams en Europa, y de allí se originaría el nombre rímel, como
relata Pablo Briand, documentalista argentino amante de la historia de
la belleza.
Además, esta innovación no vino sola y
por la misma época el estadounidense Maurice Levy, en su afán por volver
más práctica la aplicación del pintalabios, ideó una barra labial en
una plataforma con empaque metálico que iba deslizándose a medida que se
iba gastando; lo que se convertiría en la presentación más reconocida
de este icónico producto de belleza.
De esta manera, la popularidad que
alcanzaron en Estados Unidos los inventos de Mabel y Levy, fueron el
inicio de algo más grande. Una revolución femenina a través del
maquillaje que trajo cada vez más productos, tonos, looks y tendencias,
para “empoderar a las mujeres y darles la seguridad de expresarse a
través de su belleza”, asegura Elvira Serra, directora de marketing de
L'Oreal lujo.
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