jueves, 28 de enero de 2016

Los maizales de Panamá se deshidratan

  La sequía está afectando las cosechas de los productores.
 
 
Por EFE
El año pasado por estas fechas el Río Mensabé, a la altura de Peñablanca, era una gran piscina llena de familias panameñas a remojo. Este año la estampa es bien distinta: el agua brilla por su ausencia y el cauce, de casi 20 metros de ancho, recuerda a un camino de piedras hacia ninguna parte.
El Mensabé es, junto con el Guararé y el Perales, que también están completamente secos, uno de los ríos más importantes de Los Santos, una provincia de tradición agrícola ubicada a 300 kilómetros al oeste de la capital panameña y de la que sale el 80 % de la producción nacional de maíz.
"De las 45 fuentes de agua que tenemos aquí (ríos, riachuelos, pozos), 30 están secas o con caudal sumamente bajo. Es la peor sequía que ha existido en nuestro país", lamenta en una entrevista con EFE el director provincial del Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA), Rodrigo Vera.
Los Santos es la provincia panameña que más está sufriendo los envites del cambio climático y de El Niño, ese fenómeno meteorológico de nombre cándido que está calentando las aguas del Pacífico tropical y arramplando con todo lo que encuentra a su paso.
En esta zona, que se conoce como el Arco Seco, no caen más de 1.000 milímetros de agua al año, un nivel de precipitaciones paupérrimo si se compara con el resto de Panamá. Y, en un país donde prácticamente no existen sistemas de riego artificial ni embalses que retengan la lluvia, el axioma resulta bien sencillo: si no hay agua, los ríos y los campos se secan y no hay cosecha ni ganado.
En años anteriores, los agricultores santeños recogían entre 1,5 y 2 millones de quintales de maíz. Este año no van a alcanzar ni los 600 mil quintales porque, según cuenta Vera, se ha sembrado mucho menos de lo habitual, solo 13 mil hectáreas, y porque en 5 mil de esas hectáreas no ha crecido ni una mísera mazorca de maíz. Los maizales que sí tienen cosecha están dando unos rendimientos bajísimos de 35 quintales por hectárea, una cantidad que se sitúa a años luz de los 110 que se necesitan para cubrir costes de producción.

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