Ante más de un millón de espectadores, se realizó un suceso histórico transmitido en vivo a millones de televidentes en todo el mundo por televisión, internet y radio.
Desde una tribuna colocada en la fachada oeste del Capitolio, y antes de pronunciar su discurso, el primer Presidente de color posó su mano izquierda sobre la misma Biblia que utilizó en 1861 Abraham Lincoln en su toma de posesión, y pronunció la fórmula reservada para estas ocasiones ante el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts. Después inició su discurso:
“Hoy estoy aquí con humildad frente a la tarea ante nosotros, agradecido por la confianza que ustedes me han dado, conciente de los sacrificios llevados por nuestros antepasados’’, declaró Obama al comenzar su discurso, junto al presidente saliente George W. Bush.
Millones de personas siguieron, algunas con lágrimas de emoción en los ojos, el acto desde el National Mall, el inmenso paseo que conecta el Capitolio con el obelisco del monumento a George Washington y el monumento a Lincoln.
En su discurso destacó los enormes problemas que enfrenta el país, en particular una galopante crisis económica, pero ante los que ha subrayado la capacidad estadounidense para superar las dificultades.
Aunque mostró un gesto tenso cuando accedía a la tribuna montada para la ceremonia, Obama juró el cargo sonriente, acompañado por su esposa, Michelle Obama, vestida de dorado y verde. “Juro solemnemente que ejecutaré con fidelidad el cargo de presidente de los Estados Unidos de América, y que pondré toda mi capacidad para preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos”, dijo ante Roberts y los millones de personas que seguían el acto desde los alrededores del Capitolio.
“Le agradezco al presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha mostrado a lo largo de esta transición’’, dijo Obama a quien le deja un país sumido en dos guerras en Medio Oriente y una grave crisis financiera.
Reto a la nación
En el discurso apeló al “espíritu de servicio” de sus compatriotas y a la necesidad de abrir las mentes a nuevas soluciones: “hoy la pregunta no es si necesitamos un Estado grande o pequeño, sino uno que funcione. Hoy la pregunta no es si el mercado es un fuerza para el bien o para el mal... nuestra prosperidad dependerá de nuestra capacidad para extender las oportunidades.
“Nuestra capacidad”, añadió, “se mantiene intacta. Pero el tiempo de quedarse quietos, de proteger intereses estrechos o de relegar las decisiones incómodas, ese tiempo, seguramente, ha pasado. A partir de hoy, tenemos que ponernos de pie, reinventarnos y empezar otra vez el trabajo de rehacer América”.
Todo esto podía sonar hasta hace poco, a los oídos del mundo, como los ecos del clásico puritanismo norteamericano. Pero quizá no tanto ahora, cuando en otros países se comparte una misma sensación de que la fiesta ha terminado y se reclama una nueva conciencia del sacrificio.
Obama parecía hablarle al mundo cuando señaló su confianza “en lo que los hombres y mujeres libres pueden conseguir con imaginación cuando unen sus fuerzas en un mismo propósito”. Y le habló directamente “a los pueblos y Gobiernos que están observando: América es un amigo de cada nación y de cada hombre, mujer y niño que busca un futuro de paz y dignidad”.
El nuevo Presidente garantizó que, —después de los turbulentos años de George Bush— Estados Unidos está “listo para dirigir una vez más”, pero prometió hacerlo con “humildad y contención”. “Comprendemos”, dijo, “que nuestro poder por sí solo no puede protegernos ni nos da el derecho a actuar como nos dé la gana. Al contrario, nuestro poder crece cuando lo usamos con prudencia, y nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa y de la fuerza de nuestro ejemplo”.
Insistió en su promesa de dejar Irak
“responsablemente” y ofreció trabajar con otros países para “reducir la amenaza nuclear” y “acabar con el espectro del calentamiento global”.
Expuso, en términos generales, un ángulo negociador y claramente contrastado con el de su antecesor. Según El País, ayer fue un día de esos que sólo EU, con su sentido para la magia y la escenificación, es capaz de convertir en un deslumbrante tributo a la democracia.
Los ritos se cumplieron puntualmente y con la proyección histórica que la cultura política norteamericana exige. “Seamos capaces”, concluyó Obama, “de que los hijos de nuestros hijos digan algún día que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a apartarnos del camino, que ni dimos la vuelta ni flaqueamos”.
Día festivo
Antes del evento, Obama y Bush viajaron juntos en una deslumbrante limusina al Capitolio para la transferencia del poder, en una caravana de automóviles blindados desde la Casa Blanca.
Mientras centenares de miles de personas atestaban el National Mall, Obama y su familia asistieron a un servicio privado en la iglesia episcopal de San Juan, una tradición para quienes están a punto de rendir el juramento presidencial.
Desde una tribuna colocada en la fachada oeste del Capitolio, y antes de pronunciar su discurso, el primer Presidente de color posó su mano izquierda sobre la misma Biblia que utilizó en 1861 Abraham Lincoln en su toma de posesión, y pronunció la fórmula reservada para estas ocasiones ante el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts. Después inició su discurso:
“Hoy estoy aquí con humildad frente a la tarea ante nosotros, agradecido por la confianza que ustedes me han dado, conciente de los sacrificios llevados por nuestros antepasados’’, declaró Obama al comenzar su discurso, junto al presidente saliente George W. Bush.
Millones de personas siguieron, algunas con lágrimas de emoción en los ojos, el acto desde el National Mall, el inmenso paseo que conecta el Capitolio con el obelisco del monumento a George Washington y el monumento a Lincoln.
En su discurso destacó los enormes problemas que enfrenta el país, en particular una galopante crisis económica, pero ante los que ha subrayado la capacidad estadounidense para superar las dificultades.
Aunque mostró un gesto tenso cuando accedía a la tribuna montada para la ceremonia, Obama juró el cargo sonriente, acompañado por su esposa, Michelle Obama, vestida de dorado y verde. “Juro solemnemente que ejecutaré con fidelidad el cargo de presidente de los Estados Unidos de América, y que pondré toda mi capacidad para preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos”, dijo ante Roberts y los millones de personas que seguían el acto desde los alrededores del Capitolio.
“Le agradezco al presidente Bush por su servicio a nuestra nación, así como la generosidad y cooperación que ha mostrado a lo largo de esta transición’’, dijo Obama a quien le deja un país sumido en dos guerras en Medio Oriente y una grave crisis financiera.
Reto a la nación
En el discurso apeló al “espíritu de servicio” de sus compatriotas y a la necesidad de abrir las mentes a nuevas soluciones: “hoy la pregunta no es si necesitamos un Estado grande o pequeño, sino uno que funcione. Hoy la pregunta no es si el mercado es un fuerza para el bien o para el mal... nuestra prosperidad dependerá de nuestra capacidad para extender las oportunidades.
“Nuestra capacidad”, añadió, “se mantiene intacta. Pero el tiempo de quedarse quietos, de proteger intereses estrechos o de relegar las decisiones incómodas, ese tiempo, seguramente, ha pasado. A partir de hoy, tenemos que ponernos de pie, reinventarnos y empezar otra vez el trabajo de rehacer América”.
Todo esto podía sonar hasta hace poco, a los oídos del mundo, como los ecos del clásico puritanismo norteamericano. Pero quizá no tanto ahora, cuando en otros países se comparte una misma sensación de que la fiesta ha terminado y se reclama una nueva conciencia del sacrificio.
Obama parecía hablarle al mundo cuando señaló su confianza “en lo que los hombres y mujeres libres pueden conseguir con imaginación cuando unen sus fuerzas en un mismo propósito”. Y le habló directamente “a los pueblos y Gobiernos que están observando: América es un amigo de cada nación y de cada hombre, mujer y niño que busca un futuro de paz y dignidad”.
El nuevo Presidente garantizó que, —después de los turbulentos años de George Bush— Estados Unidos está “listo para dirigir una vez más”, pero prometió hacerlo con “humildad y contención”. “Comprendemos”, dijo, “que nuestro poder por sí solo no puede protegernos ni nos da el derecho a actuar como nos dé la gana. Al contrario, nuestro poder crece cuando lo usamos con prudencia, y nuestra seguridad emana de la justicia de nuestra causa y de la fuerza de nuestro ejemplo”.
Insistió en su promesa de dejar Irak
“responsablemente” y ofreció trabajar con otros países para “reducir la amenaza nuclear” y “acabar con el espectro del calentamiento global”.
Expuso, en términos generales, un ángulo negociador y claramente contrastado con el de su antecesor. Según El País, ayer fue un día de esos que sólo EU, con su sentido para la magia y la escenificación, es capaz de convertir en un deslumbrante tributo a la democracia.
Los ritos se cumplieron puntualmente y con la proyección histórica que la cultura política norteamericana exige. “Seamos capaces”, concluyó Obama, “de que los hijos de nuestros hijos digan algún día que, cuando se nos puso a prueba, nos negamos a apartarnos del camino, que ni dimos la vuelta ni flaqueamos”.
Día festivo
Antes del evento, Obama y Bush viajaron juntos en una deslumbrante limusina al Capitolio para la transferencia del poder, en una caravana de automóviles blindados desde la Casa Blanca.
Mientras centenares de miles de personas atestaban el National Mall, Obama y su familia asistieron a un servicio privado en la iglesia episcopal de San Juan, una tradición para quienes están a punto de rendir el juramento presidencial.
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